El punto de inflexión en la vida de Venkataraman llegó espontáneamente a mediados de julio de 1896. Una tarde, se vio abrumado de repente y sin motivo aparente por un inmenso miedo a la muerte. Años más tarde, lo describió de la siguiente manera:

Un gran cambio en mi vida tuvo lugar aproximadamente seis semanas antes de dejar Madurai para siempre. Fue bastante repentino. Estaba sentado en una habitación en el primer piso de la casa de mi tío. En raras ocasiones me sentí enfermo y en ese día no había nada malo en mi salud, pero un repentino e inmenso miedo a la muerte se apoderó de mí. No había nada en mi estado de salud que lo justificara; y no traté de justificarlo ni de averiguar si había alguna razón para el miedo. Solo sentí “voy a morir”, y comencé a pensar que hacer con ello. No se me ocurrió consultarlo ni a un medico ni a mis mayores ni a mis amigos. Sentí que debía resolver el problema yo mismo, en ese momento.

El susto del miedo a la muerte dirigió mi mente hacia el interior y mentalmente me dije a mí mismo, sin ni siquiera pronunciar una palabra: “Ahora ha llegado la muerte; ¿Qué significa esto? ¿Qué es lo que se está muriendo? Este cuerpo se muere. Y en el acto dramaticé el acontecimiento de la muerte. Me acosté con los miembros estirados y rígidos como si se hubiera producido el rigor mortis, y para darle mayor realidad a la indagación hice que mi cuerpo se asemejase a un cadáver. Contuve la respiración y mantuve mis labios bien cerrados para que no pudiera escaparse ningún sonido, de forma que ni la palabra “yo” ni ninguna otra pudieran ser pronunciadas. “Bien” me dije a mí mismo, “este cuerpo está muerto”. Será llevado al campo de cremación y allí será quemado y reducido a cenizas. Pero con la muerte de este cuerpo, ¿muero yo también? ¿Soy “yo” el cuerpo? Está silente e inerte pero siento toda la fuerza de mi personalidad e incluso la voz del “yo” dentro de mí, separado de él. Así que Yo soy el Espíritu que trasciende el cuerpo. El cuerpo muere pero el Espíritu que lo trasciende no puede ser tocado por la muerte. Esto quiere decir que Yo soy el Espíritu inmortal.” No se trató de un pensamiento ligero, sino que se proyectó a través de mí tan vívidamente como la vida real que yo percibía directamente, casi sin pensarlo. El “Yo” era algo muy real, la única cosa real en mi estado presente, y toda la actividad consciente conectada con mi cuerpo se centró en ese “Yo”. A partir de ese momento, el “Yo” o el Sí mismo centraron la atención en sí mismo con una poderosa fascinación. El temor a la muerte se desvaneció de una vez por todas. La absorción en el Sí mismo continuó desde entonces ininterrumpidamente. Otros pensamientos podían ir y venir como las distintas notas de música, pero el “Yo” continuaba como la nota sruti fundamental que subyace y se mezcla con todas las demás notas. Si el cuerpo estaba ocupado hablando, leyendo o en cualquier otra cosa, yo estaba firmemente centrado en el “Yo”. Antes de esta crisis, no tenía una clara percepción de mi Ser y no estaba conscientemente atraído por ello. Sentía que no era perceptible y que no tenía ningún interés directo en ello y mucho menos una inclinación a morar permanentemente en ello

 

La impresión de la experiencia de la muerte trajo consigo un cambio completo en los intereses y en la perspectiva de Venkataraman. Se volvió dócil y sumiso sin quejarse ni vengarse en contra del trato injusto. El describió más tarde su estado:

Una de las características de mi nuevo estado fue mi cambio de actitud hacia el templo de Meenakshi. Antes tenía la costumbre de ir de vez en cuando con los amigos para ver las imágenes y ponerme las cenizas sagradas y el bermellón en la frente, y volvía a casa casi indiferente. Pero después del despertar iba casi todas las tardes. Solía ir solo y permanecía sentado sin moverme durante mucho tiempo delante de una imagen de Shiva o de Meenakshi o de Nataraja y los sesenta y tres santos, y mientras permanecía allí olas de emoción me inundaban.